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TALLER LITERARIO: OBRAS CREADAS POR LOS ALUMNOS

La Secretaría de Cultura y Educación trabaja diariamente para poder brindar talleres que se adapten al gusto de los vecinos. El Taller Literario “Tomo la palabra” es una herramienta para aquellos amantes de la literatura, es una oportunidad para fomentar la creatividad personal al servicio de la escritura. Teresa Giuliano es la encargada de llevarlo adelante, todos los martes a las 14:00 hs en la Biblioteca Popular (hay cupos disponibles para participar). Las obras de los alumnos se verán reflejadas en nuestro portal. Con la intención de que todos puedan ser leídos se irán cargando gradualmente.

Al consultarle a Teresa Giuliano acerca de su labor, enfatiza: “En nuestro taller surgen recuerdos e historias de vida que se van entrelazando con relatos imaginarios, algún que otro poema y juegos literarios. La protagonista es la PALABRA y a través de ella nos permitimos expresarnos, contar, crear, recrear, ser generosos con nuestras vivencias. Y así como el que habla necesita que lo escuchen, el  que escribe necesita que lo lean. Es por eso que deseamos compartir nuestras producciones con ustedes en este espacio cedido gentilmente por la Secretaría de Cultura”

DESPERTARES, por Susana

   Abría los ojos y ya aparecían los muebles nuevitos y cuidados por mi mamá. Bajaba de la cama rápidamente, iba corriendo y gritando, yo anunciaba mi llegada, para no tomarlo desprevenido. En ese corto recorrido yo escuchaba la radio, todo estaba planeado sin plan.

  Aparecía en la puerta de su dormitorio y con toda mi fuerza y rapidez me tiraba sobre la cama, sobre él, mi papá.

   Después de eso ya todo seguía su rutina. Escuchábamos un ratito su programa favorito de los domingos, La Candelaria, aunque a mí no me gustaba la música que pasaban pero no me importaba.

  Cada tanto asomaba mi mamá, con delantal, anunciando lo que íbamos a comer aunque no era necesario, el olor a salsa impregnaba toda la casa. Era el único mediodía de la semana que compartíamos y la comida italiana era obligatoria.

  No hablábamos mucho, pero sí nos reíamos, todo servía, todo era placer, las palabras en ese momento no nos hacían falta.

  Y eso duró muchos años, hasta que yo tal vez sentí el pudor propio de las nenas que van creciendo, todo tiene un principio y un final, pero esas mañana de domingo, nunca volvieron. Vinieron otras.

 

EL PATIO DE LOS ABUELOS, por Ana María

   Encontrarnos en el patio de mi abuela Bernarda era una fiesta.

Saludábamos a la familia y al abuelo que llegaba luego de dormir la siesta, con su camisa impecable, a repartir caramelos a los nueve chicos reunidos. Nos sacaba fotografías mientras nos entreteníamos con los juguetes fabricados por sus manos.

Cuando ya nos veía un poco aburridos o peleándonos, nos hacía sentar y nos contaba cuentos.

Recuerdo uno muy especial, donde intervenían los grandes macetones que tenía la abuela y a los cuales les dábamos vida, convirtiéndolos luego en compañeros de juego.

Les habíamos puesto nombres y en nuestra imaginación se transformaban en muebles, personas, animales, haciéndolos partícipes involuntarios de nuestras travesuras.

En alguna ocasión, debido a nuestra torpeza, se nos caían y se rompían.

Pero habíamos aprendido a acomodarlos de tal manera, que la abuela no se enteraba de lo sucedido. O sí, pero nunca no dijo nada.

Después llegaba el momento en que teníamos que dibujar lo que habíamos hecho esa tarde, en unas hojas de cuaderno que siempre estaban preparadas y al alcance de la mano.

Entonces sí, aparecía la tía Regina con una fuente llena de buñuelos y algo fresco para tomar, endulzando aún más esas tardes tan plenas de buenos momentos.

La llegada del anochecer nos indicaba que era el momento de partir, regresar a nuestros hogares, felices por la tarde vivida y sabiendo que aún nos quedaban muchas otras por vivir.

 

 59 KILÓMETROS DE RECUERDOS – JUEGOS DE LA INFANCIA, por Adriana

   En el trayecto de estos 59 kilómetros, que ahora es historia de recuerdos, me caigo hacia atrás frenando mi cuerpo en la sexta parte de esos kilómetros para añorar los juegos de mi infancia.

   En este barrio manzanero, donde éramos varios para jugar en las noches de verano, con sus verdes paraísos, iluminados con un simple cascarón de luz en el medio de la calle de cada esquina, el piso de tierra y las cunetas, que hacían de banco para todos los que querían tomarse un descanso.

   Allí, justo allí, nosotros jugábamos a la banderita, a la escapada, a la escondida.

   Allí, donde en cada rincón de esta deliciosa manzana, existían los gusanitos que correteaban e iluminaban el barrio con sus gritos, peleas y risas, haciendo saber a todos que en la inocencia gozábamos de una infancia feliz.

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